Idiomas

lunes, 1 de julio de 2024

De la Confusión a la Claridad: Mi Viaje Profesional en Busca de Nuevas Oportunidades

Una mañana, como cualquier otra, en la empresa de metalurgia donde llevaba años trabajando, me encontraba frente a mi computadora, inmerso en mis labores contables. Había pasado más de una década desde que ingresé a esta compañía, ascendiendo desde un puesto junior hasta convertirme en un analista senior contable, luego especializándome en SAP FICO. (Sistema de gestión empresarial de clase mundial) Durante los últimos cuatro años, mi carrera parecía sólida, con proyección y un camino claro hacia la excelencia más en el ámbito contable que en SAP.

Sin embargo, como a menudo sucede en el mundo corporativo, las decisiones de los superiores no siempre son claras ni justas. Por razones que no lograba entender del todo, fui marcado por un hecho un tanto desconcertante. Al principio, esto parecía solo un desvío temporal en mi trayectoria profesional, con la promesa de un ascenso a un cargo relevante. Había llegado a un acuerdo con un gerente para tal posición, pero de repente, ese mismo gerente fue cesado de su cargo, desbaratando todos mis planes.

Desde ese momento, me vi atrapado en una especie de limbo laboral. Intenté retomar mi camino contable, pero mi experiencia en TI (Tecnología de la Información) me había alejado demasiado de esa área. Mis habilidades estaban empezando a oxidarse, y aunque pedí un cambio de departamento, las circunstancias parecían conspirar en mi contra.

Recuerdo claramente el día en que decidí que necesitaba un cambio. Fue una jornada complicada, llena de tensiones y frustraciones acumuladas. Los altos directivos no entendían mi situación, e incluso aquellos con los que tenía afinidad parecían incapaces de ayudarme. Sentí que mi desarrollo profesional estaba estancado, y que mi potencial se estaba desperdiciando en un entorno que no valoraba mis habilidades ni mi dedicación.

Fue entonces cuando decidí recurrir a la fuerza superior que siempre me acompaña. No sé si fue parte de la desesperación o un acto de fe, pero oré en silencio pidiendo una salida. Necesitaba un camino hacia adelante, una oportunidad para demostrar mi valía en un entorno que realmente me apreciara.

Y así, decidí tomar las riendas de mi destino. Me inscribí en una maestría relacionada con mi campo profesional, decidido a actualizar mis habilidades y abrir nuevas puertas o llegar a los altos directivos para ocupar un cargo diferente y contribuir con lo que estaba aprendiendo. Fue un desafío, equilibrar el trabajo a tiempo completo con los estudios, pero cada clase, cada tarea, me acercaba un paso más hacia mi meta. Lo poco o lo mucho que aprendía compartía con mis superiores o con algunos compañeros del área.

El proceso no fue fácil. Estuve tentado varias veces de renunciar, de dejarlo todo atrás y buscar un nuevo comienzo en otra parte. Pero me aferré a mi objetivo con determinación, recordando por qué había empezado todo este viaje.

Finalmente, llegó el día en que todo cambió. Después de meses de esfuerzo y dedicación, recibí una llamada del área de recursos humanos que me devastó. La nueva gerencia, que en ese entonces estaba a cargo de la empresa, me invitó a retirarme. Ese día me sentí el menos profesional y el menos inteligente, una sensación contraria a la que siempre había conocido. No comprendía el por qué.

Había pedido a Dios mejorar, crecer y lograr lo que muchos lograban sin mucho sacrificio, pero que a mí me costaba tanto. ¿Qué estaba pasando? Aunque estaba aterrado, no entré en pánico. Simplemente seguí las indicaciones que me dieron y no me opuse.

Era un nuevo comienzo, una oportunidad para dejar atrás los obstáculos del pasado y avanzar hacia un futuro prometedor, si es que así lo fuera. Confié en que Dios tenía un plan para mí, y que esta experiencia era parte de un propósito mayor en mi vida. A pesar del miedo y la incertidumbre, mantuve la fe y la esperanza en que algo mejor estaba por venir

Mirando hacia atrás, puedo ver cómo cada desafío, cada obstáculo, fue una lección en mi viaje profesional. Aprendí a no conformarme con una situación que no me satisfacía, a perseverar en busca de mis metas y a confiar en que, al final, el universo conspiraría a mi favor. Y así, con la cabeza en alto y el corazón lleno de esperanza, di el primer paso hacia una nueva y emocionante etapa en mi carrera.

Las decisiones que tomaron los altos directivos parecían un golpe de victoria para ellos, pero no comprendían que el daño que ocasionaban no era solo a mi persona como profesional, sino a la empresa que en algún momento les abrió la puerta y les dio la oportunidad de sumar fuerzas y talento en beneficio no solo de ellos mismos, sino también de la empresa, las familias y el país en general.

En este punto de la historia comprendí que más allá de quienes tomaban las decisiones sobre mi futuro, mi oración estaba siendo escuchada. Sentía un llamado a crecer y hacer algo mejor de lo que venía haciendo. Los últimos días en este lugar notaba la desesperación y angustia de algunos directivos, quienes se sonrojaban de no poder dar la cara porque sabían perfectamente que estas decisiones iban a generar muchos problemas a la empresa o que se yo.

Pero el asunto no es solo contar mi proceso de salida de un empleo, sino ver cómo Dios es real cuando se confía en Él, a pesar de no ser perfecto en mi relación con Él. Dios ve desde cualquier lugar donde se encuentra e imparte justicia cuando alguien se humilla ante Él. Al día siguiente de mi salida, la empresa sufrió la primera caída en toda su historia del sistema con el que trabajaba, y recién pudieron restablecerlo casi tres días después. Luego de este episodio, los servidores sufrieron una segunda caída por aproximadamente dos semanas; esto tampoco había sucedido alguna vez.

Por algunos amigos me enteré que en algún momento de todo este suceso, era natural que estos directivos pensaran que yo pude haber hecho algún acto malintencionado antes de irme, porque no les cabía en la cabeza lo que estaban presenciando. Pero yo solo puse mi confianza en Dios, quien siempre me acompaña y a quien siempre le cuento las cosas que me suceden. Al contrario de todo, estando fuera y sin tener obligación con la empresa, seguí apoyando en lo posible a los buenos compañeros que aún se quedaron allí.

Pasaron dos semanas y me reubiqué laboralmente en una empresa casi veinte veces más grande, con una remuneración casi el doble de lo que percibía, trabajando solo tres veces por semana y con jornada de horario de verano. Mi reflexión en esta historia es que siempre, a pesar de cualquier intención buena o mala de las personas, debemos ser agradecidos y actuar con transparencia. Al margen de que la gente confabule en contra nuestra, si confiamos en el dueño de las circunstancias y el dueño del todo, Dios, Él cambiará todo para nuestro bien.

A través de esta experiencia, aprendí que Dios es el mejor amigo que podemos tener. En los momentos más oscuros y desafiantes, cuando todo parece perdido, su presencia es la luz que guía nuestro camino. Él escucha nuestras oraciones, incluso cuando sentimos que nadie más lo hace. Las pruebas y obstáculos que enfrentamos no son más que oportunidades para crecer y fortalecer nuestra fe. Confiar en Dios significa entender que cada desafío tiene un propósito y que, al final, su plan siempre es para nuestro bien. Dios nunca nos abandona; su amor y justicia nos acompañan, transformando nuestras adversidades en bendiciones. Al final del camino, su fidelidad y amistad nos muestran que siempre hay esperanza y un futuro prometedor.


Ciro O.

No hay comentarios:

Publicar un comentario